Si bien resulta ser un atractivo más para la ciudad, emplazado en una zona desconocida aun por muchos residentes capitalinos, no se sabe si hubo algunas intenciones escondidas detrás de este proyecto de la alcaldía mayor de la ciudad, pero de las que se ufanan quienes hicieron parte de esta alianza público-privada tienen que ver con llevar procesos de transformación social a los barrios intervenidos dentro de esta iniciativa de "colorear" las fachadas de miles de viviendas de sectores marginados de Bogotá. Y digo marginados porque ha sido así, corroborado por sus propios habitantes, la presencia de la institucionalidad ha sido para poco más que colorear o enmascarar unas realidades que habría que erradicar de esos lugares y no se han emprendido acciones eficaces en ese sentido. Es loable la labor de embellecer las fachadas de casas de barrios cuyas problemáticas sociales van más allá de la estética del entorno, también es de resaltar que en el proceso se generaron lazos de unión, apropiación afectiva del espacio e identidad, y que todo ello contribuye a una apuesta social importante, pero la atención institucional debe apuntar hacia derroteros que promuevan verdaderos cambios en la dignificación de la vida humana.