Todo riquísimo. Las croquetas, de jamón o de rabo de toro, espectaculares; si eran congeladas, quiero la marca, si las hacían allí, la receta bien vale un matrimonio. Las patatas con jamón y huevo -en singular- roto, deliciosas, nada grasientas, igual que los calamares, cero ardor, arte de freiduría. Hasta aquí, todo bien, recomendable. Eso sí, fue llegar a casa y ponerme a comer galletas como Triki. Habida cuenta del precio -¡vaya hostiazo!-, uno tiene la sensación de que por la cantidad de lo que le sirven, también se le podría cobrar justo la mitad. Las raciones parecen tapas y, de todos modos, resultan caras. Todo muy rico, sí, pero igual de escaso. El descubrimiento salió caro y salimos con hambre, mala jugada; cuesta querer a Valdebernardo
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